Las alfombras persas

Las alfombras persas son, quizás, las piezas más icónicas e importantes dentro de la categoría de alfombras clásicas. Si bien, categorizar o etiquetar un producto como ‘clásico’ es una generalización, tiene su justificación. 
 
Normalmente, se asocia todo lo clásico en el ámbito del hogar y su decoración, a los productos fabricados en Europa, el viejo continente, la cuna de la cultura occidental y el origen de los referentes clásicos o grecorromanos, concretamente. Para nuestra sociedad, cuyas raíces surgen en los países mediterráneos y en sus tradiciones, todo lo procedente de Oriente resulta exótico y está envuelto de un encanto especial. 
 
 
En España, y en casi la mayoría de países europeos, siempre hemos tenido alfombras. Si bien, no tan complejas y ornamentadas como las persas, pero sí pensadas para cumplir las mismas funciones. En nuestra zona, estas alfombras solían estar hechas con materiales de origen vegetal como el sisal, el lino o el algodón, y lucían patrones muy sencillos. Estas alfombras hechas con materiales autóctonos eran más ligeras y se adaptaban al modo de vida y las costumbres de nuestros antepasados. En las zonas más frías, de montaña o al norte, utilizaban pieles de animal para cubrir sus suelos y aumentar el confort de sus viviendas.
 
Mientras tanto, en Persia (actualmente, Irán) las tribus nómadas protegían sus tiendas de los inviernos crudos de Asia Central, con alfombras tejidas a mano utilizando dos de sus materias primas más abundantes: la lana de las ovejas de montaña y el algodón. En aquella época, confeccionar alfombras era una necesidad, por lo que su técnica y estampados eran ligeramente toscos. Poco a poco, con el paso de los siglos, las tribus nómadas persas se fueron asentando, creando poblados y acomodándose. Es en ese momento cuando la producción de alfombras persas se convierte en artesanía y se perfecciona la técnica, hasta el punto de ser considerada una forma de expresión artística.
 
Los tapices y alfombras persas empiezan a tener renombre y los comerciantes europeos de la Ruta de la Seda y de las Especias, descubren su belleza y comienzan a traerlas a Europa a principios del siglo XV. Las primeras referencias del uso de estas alfombras en Europa han quedado plasmadas en obras de artistas italianos y flamencos como Giotto, Van Eyck, Mantegna, Van Dyck o Rubens. Las alfombras eran importadas por los mercaderes italianos y holandeses, principalmente. Los primeros las hacían entrar por Venecia, gracias con su conexión con el Imperio Otomano, y los segundos, a través de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales, las adquirían en colonia portuguesa de Goa (en la India) o a los mongoles, que también comerciaban con ellas. 
 
Los artesanos persas elevaron la producción de alfombras a la categoría de arte y encontraron a quien supiera apreciarlo y pagar por ello. Es así como los sahs de Persia empezaron a pedir alfombras de lana y seda para decorar las estancias de sus palacios, a encargar estampados y colores especiales, y a popularizar su uso en todo el mundo musulmán. Por asociación, la realeza, los aristócratas y comerciantes acaudalados de Europa, también empezaron a utilizarlas como símbolo de prestigio y de estatus. Los productos de importación, en aquella época eran caros, y eran lujos sólo reservados para las clases pudientes.
 
Cada región o grupo étnico asentado en Persia, tejía sus propias alfombras y por tanto, eran todas diferentes. Las variaciones se podían apreciar en los colores, los elementos decorativos o los estampados propios de cada zona. Las alfombras llevaban el nombre del lugar (la tribu o pueblo) que las fabricaba. Es así como, actualmente, conocemos alfombras persas con distintos nombres: Hamadán, Mashad, Kermán, Herat, Shiraz, Bidjar, Ghashghai, Tabriz o una de las reconocidas, Isfahan.
 
 
La época de máximo esplendor de las alfombras persas en el mercado occidental tuvo lugar a finales del siglo XVIII y durante el XIX, momento en el que las grandes compañías importadoras de Inglaterra, Francia y Estados Unidos. Es una época en la que la seda empieza a escasear y la demanda de alfombras persas a crecer desmesuradamente. La solución que aportan estas compañías en rebajar la calidad de las alfombras utilizando menos seda y utilizando tintes artificiales en su manufactura. Esta decisión trae consecuencias, y justo después de la Segunda Guerra Mundial, los iraníes deciden preservar la producción de alfombras y limitar su exportación para garantizar su calidad original. Aquí ya no se habla de un producto de consumo, sino de un ‘tesoro nacional’. Actualmente, las alfombras persas originales son un producto de lujo, realizado con técnicas tradicionales y artesanales, que, en ocasiones, se combinan con maquinaria para aligerar el trabajo.
 
Hemos hablado un poco de su historia y de su trayectoria, pero ¿qué hay de los aspectos técnicos que hacen de ellas unas piezas únicas de valor incalculable?
 

1. Los materiales

Para realizar estas preciosas alfombras persas se utilizaba algodón para la urdidumbre, y lana y seda, para crear la trama. Para tejer estas alfombras se utilizaban unos nudos, denominados en esta zona como ‘Senneh’, que se realizaban tejiendo la lana en forma de espiral o envoltura alrededor de los hilos de algodón.

2. Los medios

Las alfombras persas se confeccionaban en telares verticales u horizontales, y para tejer se hacían servir tres utensilios muy básicos: un cuchillo, unas tijeras y un peine cardador, que fijaba los nudos y los apretaba hasta conformar un entramado sólido y espeso.
 

3. Sus tintes

Los tintes que se utilizaban, tradicionalmente, para dar color a los hilos de lana eran todos de procedencia natural, y se extraían de hojas, frutos carnosos, raíces, flores y minerales diversos. Antes de teñir las lanas, se les daba un baño de imprimación con alumbre, que hacía que aceptaran mejor el color y que este se fijara a las fibras.
 

4. Sus partes y estampados más comunes

Una alfombra persa contaba con distintas partes: en el centro, se repetía siempre una composición llamada ‘medallón central`, que era rodeada por una zona más despejada y decorada de forma muy sutil que responde al nombre de ‘campo’; éste estaba delimitado por un marco y cuatro esquinas que solían decorarse también; la composición se cerraba con un marco o borde principal, destacado con unos bordes secundarios más finos. 
 
En cada una de las partes, se añadían distintos estampados inspirados en la naturaleza, en los animales y en formas geométricas, que apelaban a la simetría tan deseada por sus artesanos. Algunos de los estampados más utilizados eran: el boteh (en forma de lágrima o almendra), las flores de forma octogonal, el hérati (un rosetón central encerrado en un rombo, que está rematado con ramilletes más pequeños), los jarrones zil-e sultan, y otras decoraciones inspiradas, en las flores y los rosetones. Los estampados más complejos se ubicaban en la zona central y en las esquinas (normalmente, las flores) y los más sencillos, como el boteh, se utilizaban para decorar las zonas del campo y de los bordes.
 
Ahora qué sabes un poco más sobre las alfombras persas, ¿cómo las utilizarías para decorar tu hogar? Combínalas con muebles clásicos o dale un giro a su estética, ubicándolas en ambientes de estilo urbano, bohemio o contemporáneo. 
 
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