El colchón de muelles

Durante el siglo XVII se añadieron muelles al colchón. Sin embargo, los primeros muelles eran cilíndricos y, al apoyar el cuerpo, se deslizaban o abatían lateralmente, perforaban el acolchado del colchón y ocasionaban problemas de espalda. A mediados de 1850 aparece el muelle cónico y se integra al colchón. Nació así el colchón de muelles actual que poco a poco se fue perfeccionando. Por ejemplo para evitar el ruido, James Marshall enfundó cada uno de los muelles que componían un colchón en un saco de tela individual. También en esta época se diseñó un colchón de agua exclusivo para evitar la aparición de úlceras en los enfermos hospitalizados durante largo tiempo.

Pese a todos estos sistemas, el colchón de lana fue habitual en Europa hasta bien entrado el siglo XX. Por ello, durante mucho tiempo existió la figura del colchonero, un profesional que viajaba de pueblo en pueblo para airear, rellenar y ahuecar cualquier colchón de lana que le solicitaran. Este colchón persistió porque el colchón de muelles resultaba caro, con lo que su uso se convirtió en un lujo propio de grandes hoteles y transatlánticos. De esta manera, el colchón fue una de las claves para entender la diferencia de pasajes en el mítico Titánic. Un pasajero que viajaba en un camarote de primera clase descansaba sobre un mullido colchón de muelles mientras que en los habitáculos de tercera no había colchón, sólo un depósito de paja.

Sin embargo, poco a poco, sus ventas aumentaron hasta llegar al Beautyrest, un colchón de muelles comercializado en EEUU por el fabricante Zalmon Simmons, quien se apoyaba en el testimonio de grandes genios de la época como Edison, Henry Ford o Marconi. A finales de los años veinte el colchón relleno de lana empezó a desecharse en favor del colchón de muelles.

 
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